Moon, que consideraba Corea
como una "tierra sagrada", expandió su movimiento con un discurso
neocristiano y creencias como la llegada de un segundo mesías.
Sun Myung
Moon, fundador de la Iglesia de la Unificación, más conocida como secta Moon,
falleció a los 92 años en Corea del Sur, según la agencia Yonhap. Había sido
hospitalizado hace dos semanas por las complicaciones derivadas de una
neumonía.
Nacido el 6 de
enero de 1920, estudió en una escuela confucionista. En el año 1930 sus padres
se convirtieron al Cristianismo presbiteriano.
Su larga
trayectoria como “mesías” ha despertado polémicas e inmersas en batallas
judiciales. Una de ellas le llevó a prisión durante 13 meses por fraude fiscal.
En 1940 fundó
la Iglesia de la Unificación, con sede en EEUU y considerada como una secta.
Entre sus rituales destacan los multitudiarios matrimonios que le llevaron
incluso en alguna ocasión a entrar en el Libro Guinness de los Récords. Unas
bodas que distan mucho de lo habitual y que en la mayoría de los casos los
novios no se conocen personalmente.
En Washington,
la Iglesia de la Unificación tiene gran número de seguidores y posee intereses
comerciales, culturales, inmobiliarios. Sus críticos aseguraban que, más allá
de sus actividades religiosas, el líder hizo uso de un agudo sentido comercial
para convertirse en multimillonario gracias a la sumisión de tantos.
“No puedo
poner mis sentimientos en palabras”, comentó Thomas McDevitt, presidente del
diario Washington Times, fundado por la agrupación como alternativa
conservadora al Washington Post.
Moon,
autoproclamado “mesías” ante sus seguidores, vivió casi siempre rodeado de una
polémica que no le impidió conjugar su faceta espiritual con actividades
empresariales y políticas, principalmente en Asia, EEUU y América Latina.
Moon, que
consideraba Corea como una “tierra sagrada”, expandió su movimiento con un
discurso neocristiano y creencias como la llegada de un segundo mesías, la
comunicación con fallecidos o la predestinación divina de todo individuo. El
reverendo aseguraba que el mismo Jesucristo le solicitó completar la labor
evangelizadora que le había encomendado Dios y que no pudo finalizar al ser
crucificado.
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