Ryan
era un niño normal hasta que cumplió 4 años. Entonces, empezó a
tener frecuentes pesadillas. Sus llantos despertaban a la madre, que
acudía a su cama y le oía decir que quería volver a su casa en
Hollywood. En otras ocasiones, se levantaba gritando que le había
explotado el corazón mientras se golpeaba en el pecho. Esto alarmó
a sus padres, que lo llevaron al médico buscando una respuesta.
“Terrores nocturnos”, les dijeron.
Una
noche, Ryan se metió en la cama de sus padres, tomó la mano de
Cyndy, su madre, y la dijo: “¿Sabes mamá? Yo antes era otra
persona”.
Dijo
también que recordaba una casa blanca con una piscina. Que tenía
tres hijos, pero no podía recordar sus nombres. Durante los
siguientes días, Cyndi no sabía realmente cómo responder ante las
insistentes afirmaciones de su pequeño. Empezó a pensar seriamente
que podría haber algo de verdad en lo que decía. En una ocasión,
le llevó a la biblioteca para hojear libros sobre Hollywood y ver si
así podía hacerle recordar algo más.
Cuando
pasaron ante una fotografía en blanco y negro de una película de
1932 llamada “Noche tras noche”, Ryan la señaló con el
dedo y dijo: “He mamá, ese es George. Nos hicimos esa foto
juntos. Y ese… ¡ese soy yo! Me he encontrado”.
El
George al que apuntaba el niño era en realidad George Raft, una
estrella de cine de los años 30. Pero no pudo encontrar el nombre de
la persona que Ryan señalaba como su antigua identidad en el pasado.
Fue
entonces cuando Cyndy decidió buscar ayuda especializada. Encontró
el nombre de Jim Tucker, un profesor de psiquiatría de la
Universidad de Virginia, que había tratado otros casos similares al
de su hijo, y que había escrito un libro sobre ese tema. Con su
ayuda consiguieron identificar a ese hombre. Se trataba de Marty
Martyn, que interpretaba el papel de Malloy en aquella película,
aunque no pronunciaba ni una sola palabra. De echo, esa fue su única
interpretación, aunque sí que tuvo una brillante carrera como
agente. Se casó 4 veces, pero tuvo solo un hijo, no tres, como decía
Ryan. Murió en 1964 de una hemorragia cerebral, no de un problema de
corazón, como decía el niño.
Tucker
investigó la vida de Marty, y consiguió que Ryan identificase 55
aspectos de su presunta vida anterior. No se dice cúantas otros
aspectos no fueron identificados, o fueron identificados
erróneamente. Pero es que eso sería darse un tiro en el pié, si lo
que se pretende es crear un buen argumento para un nuevo libro.
Otra
cosa que también es discutible, es la manera en la que esos 55
aspectos fueron identificados. Así por ejemplo, el niño dijo que la
casa en la que vivía en su vida anterior estaba en una calle que
contenía la palabra “roca” (Rock en inglés). Pero Marty
vivió en la calle Roxbury, en Beverly Hills. Rock, Rox… Se
parecen, pero fueron un poco laxos ¿no? ¿En cuantas ocasiones más
ocurrió esto mismo?
Tucker,
a pesar de todo, dice que es escéptico y no afirma categóricamente
que los casos que estudia son reencarnaciones. Afirma que en la
mayoría de los casos se trata de niños que tratan de llamar la
atención de sus padres para que le muestren más cariño. Pero deja
la puerta abierta (¿cómo me suena esto?) a que alguno de estos
casos sí que pueda tener un origen paranormal.
He
oído explicaciones de creyentes con base científica que proponen
que el alma tenga algún punto de enlace con la materia o con la
energía oscura. Como sabemos muy poco de este tipo de energía y
materia puede todavía ser una explicación tras la que guarecerse
del frio que supone aceptar una muerte definitiva.
Tucker
recurre en cambio a la mecánica cuántica para explicar la
posibilidad de una entidad que sobreviva al ser corpóreo: “La
física cuántica nos muestra cómo un mundo real puede escaparse de
nuestra capacidad de entendimiento”.
El
problema que tienen todas estas afirmaciones, es que no hay manera de
refutarlas. Y mientras tanto, esos libros siguen vendiéndose en las
librerías. En esa línea se expresaba Michael Levin, director del
Centro para Regenerativa y Biología del Desarrollo en la Universidad
de Tufts, que hizo una revisión del primer libro de Tucker,
concluyendo que los modelos actuales de investigación científica no
tienen manera de probar o refutar los hallazgos de Tucker.
Cuando
se pesca con una red cuyos agujeros tienen un cierto tamaño, nunca
podrá capturar un pez cuyo tamaño sea inferior a esos agujeros. Lo
que encontramos está determinado por lo que estamos realmente
buscando. Nuestros métodos y conceptos actuales no tienen manera de
hacer frente a los datos presentados por Tucker.
No
quiero presentar negativamente al Dr. Tucker, pero como cualquier
padre que haya ayudado a su hijo a redactar la carta a los reyes
magos sabe, es muy fácil mediatizar a un niño, y hacer incluso que
crea que lo que ha puesto en la carta es lo que realmente él quiere.
¿Por qué no podría haber ocurrido con Ryan, y con otros niños
como él, algo parecido? ¿Quién es el principal beneficiado de esta
historia? Indudablemente el Dr. Tucker, cuya fama y parte de su
dinero se lo debe a estas historias. No creo que tengan tanto
protagonismo los padres, que en la mayoría de los casos son reacios
a aparecer en los medios para evitar problemas en la vida de sus
pequeños.
También
está muy estudiado, que es posible implantar recuerdos falsos en la
mente de personas predispuestas a ello. Un niño es una presa fácil.
Para
finalizar, recordaros que tenemos que escudarnos siempre tras la
máxima de Marcello Truzzi, que afirma que las “afirmaciones
extraordinarias requieren evidencias extraordinarias”. La
reencarnación de Ryan es una afirmación extraordinaria, pero las
evidencias que presenta el Dr. Tucker, no lo son.
Fuente